Seguramente tú, como yo, con una simple y rápida mirada, haces juicios de las personas que conoces o incluso de aquellas que pasan frente a ti, aunque no exista una relación o razón lógica para hacer esto. Con frecuencia, nos descubrimos imaginando escenarios de comportamiento para cada persona que se interpone entre nosotros y la realidad asignándoles de inmediato una escala de confiabilidad y aceptación de nuestra parte. Y, a partir de estos elementos de juicio a priori, validamos o no a las personas descalificándolas en muchas ocasiones porque no nos parecen confiables. La situación es tan evidente, que los estudios sociales a los que se han avocado varios investigadores indican que nos toma tan sólo siete segundos hacernos una idea de cómo es la persona a la que observamos, aunque más allá de una idea, comúnmente lo que elaboramos es un prejuicio. Los prejuicios están ligados a las emociones positivas y negativas que se tienen sobre un grupo social o sus integrantes, que dependen exclusivamente de nuestras propias creencias. Conformamos estereotipos que son nuestras creencias asociadas a ciertos símbolos que aprobamos o no, y a partir de allí generalizamos, si cierta persona tiene un gesto, una actitud, o simplemente un rasgo que nos recuerda a otro asociado a una experiencia desagradable, esa persona será percibida de igual manera y así en cualquier situación.

La premura con la que formamos los juicios de valor tiene su origen y explicación en el proceso evolutivo, ya que decidir en quién confiar y en quién no, en cuestión de segundos, puede resultar crucial para nuestra supervivencia. Por supuesto, al emitir juicios sobre otros definimos o modificamos – si ya existía – la percepción que tenemos de ellos y decidimos si son confiables o no, ¡no podemos observar algo, sin cambiarlo!

Igualmente, en muchas ocasiones te habrás sorprendido de lo diferente que resulta ser una persona cuando efectivamente interactúas con ella y te das la oportunidad de conocerla, podríamos pues definir que todo lo que vemos de manera inicial, es simplemente un “parece” ya que nuestra percepción sesgada nos engaña y los filtros de esta nos llevan a creer que nuestra realidad y sus manifestaciones emocionales son la única realidad.

La gente nos gusta o no por como nos parece que es y no por como realmente es.

En los talleres que desarrollo para asesores comerciales o personal de servicio al cliente, uno de los elementos vitales de aprendizaje para este tipo de actividades, es la habilidad de agradar al otro a primera vista, ya que a través de la sintonía, se facilita el proceso de atención e incluso de influencia sobre el otro; agradarle a las personas y moldear lo que piensan de nosotros ha sido desde siempre una preocupación de todos los humanos, ¿acaso muchos de nosotros no vivimos el cuestionamiento preocupado de muchas madres ante nuestros comportamientos? perfectamente ejemplificado en la famosa frase: “¿Qué pensarán los vecinos?”, con lo que se daba mayor importancia a lo que otros pensaban de nosotros que a nuestro propio bienestar. Según el sociólogo Charles Cooley, la consciencia que uno tiene de sí mismo, proviene de lo que los demás piensan y hablan de uno. Es decir, nosotros nos vemos como los demás nos ven: el yo reflejado.

En los últimos tiempos, la aparición y rápida penetración de las diferentes redes sociales en internet nos han llevado a profundizar aún más en la preocupación acerca de ¿Qué pensarán los vecinos? basta con dar una mirada rápida a las redes para descubrir que aparentemente todos (excepto nosotros) viven una vida perfecta. Las publicaciones en redes sociales se circunscriben a las exquisitas comidas que tomamos, no como alimento para el cuerpo, sino como alimento para el ego a través de la publicación de una elaborada foto que se toma antes de comer, nos preocupa más mostrar a otros que no están, lo que comemos, que disfrutar de lo que comemos o las personas que acompañan ese momento que en otros tiempos fuera tan importante; aparentemente todos nuestros amigos viajan permanentemente, al punto que no somos capaces de ir de un lugar a otro, sin comunicárselo a todo el mundo. La privacidad fue reemplazada por la rapacidad de lo presumido y los fisgones ocupan un lugar privilegiado en nuestras vidas.

Los ejemplos podrían ser tantos, que terminaría aburriéndote, ¿en realidad nos debería importar tanto lo que piensen los vecinos?

Yo creo que no, que lo realmente importante no es lo que piensen de nosotros, sino lo que nosotros mismos pensamos de nosotros, reconociendo nuestras verdaderas experiencias, no importa lo que comes, sino con quién lo disfrutas; no interesa a donde vas, lo que vale es con quién vas y lo que compartes en la vida real y no en las redes.

En una conversación reciente con una persona a la que considero mi amiga, llegamos a la conclusión de que las familias y las personas no tenemos que ser perfectas, que nuestra naturaleza humana nos hace imperfectos y que la imperfección también tiene su belleza. Te invito a vivir más la vida en tiempo real con quienes te acompañan y sus imperfecciones, y no con quienes te siguen o dan likes, esas son realmente las personas que te deberían importar y que seguramente tienen la mejor imagen de ti, aún cuando no todo lo tuyo les guste, porque también eres imperfecto.

¿A ti, que tanto te preocupa lo que pensarán los vecinos?

Leonardo Gutiérrez Giraldo
Líder Certificación Internacional Coaching Comercial
https://www.coachehe.com/coaching-comercial
Master Coach, Coach Profesional, Personal, Vida y Comercial
Certificado por International Coaching Human Ecology
Miembro Global Coaching Federation
NLP – Master International Association for NLP de Suiza
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